donald_trump-hand-raised

El día de acción de gracias, Trump y las raíces del racismo en Estados Unidos

Por Richard Brown – Editor, EntreMundos

La fiesta estadounidense “Thanksgiving” tiene su origen en la hospitalaria bienvenida que la nación indígena Wompanoag dio a los primeros colonos ingleses en el territorio que ahora llamamos Massachusetts. Los Wompanoag ayudaron a los colonos a sobrevivir a la hambruna y los difíciles inviernos a principios del siglo XVII. Un día de 1621, colonos e indígenas se reunieron para celebrar la exitosa cosecha de los colonos con una gran comida, comida que se conmemora desde entonces cada mes de noviembre, el día que conocemos como Thanksgiving.

Solo 55 años más tarde, la mayoría de la nación Waompanoag (y las naciones Narragansett, Pocumtuc y Nipmuk) había sido asesinada o esclavizada en el Caribe después de la “Guerra de King Philip” en 1675-6. Muy pocos estadounidenses saben ésto; la Guerra de King Philip es una de muchas guerras olvidadas, y los Wampanoag, Narragansett, Pocumtuc y Nipmuk están entre los cientos de naciones olvidadas de la historia Norteamericana.

“El Primer Thanksgiving” es un retrato romántico del festín de 1621.

En 2016, la administración colonial del estado de North Dakota festejó la semana de Thanksgiving disparando balas de hule, granadas de mano y gas lacrimógeno contra los manifestantes de Standing Rock, en su mayoría indígena. Más de 160 fueron heridos. Los manifestantes querían frenar la construcción del oleoducto “Dakota Access” en tierras que el gobierno estadounidense cedió por siempre a naciones indígenas en el tratado de 1851,  pero que pronto después fueron invadidos por el ejército estadounidense. Hoy el petróleo fluye en el oleoducto, una amenaza constante a las fuentes de agua de las tierras de las naciones Lakota.

Durante el conflicto la policía usó cañones de agua en la noche con temperaturas bajó cero, poniendo en riesgo de  hipotermia y muerte a los manifestantes. Esto parece muy familiar desde Guatemala, dónde el activismo de los pueblos indígenas a favor de la soberanía y en contra del “desarrollo” que pone en riesgo sus comunidades es habitualmente ignorado, criminalizado, y/o respondido con brutalidad. La conquista continúa en toda América.

(Solo en este mes en Guatemala, fuerzas de seguridad privadas mataron a una persona e hirieron a otras cuando desalojaban por fuerza una comunidad en Alta Verapaz, el activista y líder comunitario Antonio Pérez de León fue asesinado en Quiché, y un manifestante en plena protesta fue atropellado por un camión en Izabal.)

La administración de Obama paró la construcción del oleoducto y ordenó buscar rutas alternativas que no pongan en riesgo de contaminación las aguas Sioux. Pero la administración de Donald Trump revocó la orden.

El año pasado, el día de Thanksgiving se conmemoró en parte con un partido especial de fútbol americano. Los Dallas Cowboys (vaqueros) se enfrentaron a los Washington Redskins. (Este año, los Redskins juegan contra los Giants.) Este nombre, “Redskins,” (“Pieles Rojas,” un viejo insulto que se refiere a personas indígenas) ayuda a entender las raíces del racismo de Estados Unidos, su relación con la victoria de Trump y el conflicto de Standing Rock.

El logo de los Redskins de Washington, DC.

El lema de la campaña de Trump fue “Make America Great Again” (“Haz grande de nuevo a Estados Unidos”). La cuestión ¿qué hizo grande (rico y poderoso) a Estados Unidos originalmente? es una de las fisuras intelectuales más grandes e ignoradas en la sociedad estadounidense.

Se enseña en las escuelas que el país se hizo rico y poderoso porque sus valores europeos y cristianos de libertad política y económica propiciaron la creación de  la primera democracia moderna e inspiraron a generaciones de inmigrantes a trabajar duro y construir una gran economía.

En realidad, la riqueza y poder de Estados Unidos tuvo que ver más con la conquista de tanto territorio, la explotación de sus recursos naturales, y el trabajo de millones de esclavos en el para la producción de algodón, lo que constituyó la base de la revolución industrial y la revolución bancaria en Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de estadounidenses creen lo que se les enseña: Estados Unidos se hizo grande por su virtud humanitaria.

Esto conduce inevitablemente a que la gente crea que las naciones que han adoptado los valores y la cultura occidental avanzan, mientras que los países pobres son pobres porque no lo hicieron… no porque han sido conquistados, colonizados, y despojados por imperios como Estados Unidos.

Unos comentarios del diputado republicano Steve King de Iowa resumen este punto de vista. Así contestó a la observación de un comentarista de que la audiencia de la convención nacional del partido republicano de 2016 fue en su gran mayoría blanca.

Dijo, “Esto de repetir despectivamente ‘gente blanca vieja’ no tiene sentido… Te pediría que busques en la historia y que te preguntes, ‘¿Dónde están estas contribuciones que han hecho estas otras categorías de gente de que estás hablando? ¿Dónde contribuyó más a la civilización cualquier sub-categoría de gente?’”

 

Diputado republicano Steve King de Iowa. Su distrito incluye el pueblo Sioux City.

 

El moderador preguntó, “¿Más que gente blanca?”

El diputado King respondió, “La civilización occidental en si. Tiene sus raíces en Europa del Oeste, Europa del Este, y Estados Unidos, y en cada lugar donde la huella de la cristiandad ha civilizado el mundo. Esto es toda la civilización occidental.”

Hubo una breve discusión, y el moderador acabó diciendo, “No vamos a debatir la historia de la civilización occidental. Déjenme mencionar para que así conste, que si uno examina en balance la civilización occidental, por cada democracia floreciente, también existen Hitler y Stalin.”

Justo antes de que fuera detenida la discusión, el diputado King logró contestar que ni Hitler ni Stalin “se basaban en el cristianismo.”

Es natural que un comentarista estadounidense abarque personajes como Hitler y Stalin para debatir sobre la superioridad de la cultura occidental; Estados Unidos puede atribuirse el mérito de haber contribuido a la derrota de Hitler y la Unión Soviética. No hacen nada para cuestionar la superioridad de la cultura estadounidense o, desde la perspectiva del diputado King, la superioridad de la cultura cristiana. No obstante, es un hecho que Estados Unidos se hizo grande a través de la limpieza étnica, la exclavitud y expolio de tierras. (Estudiantes de la historia del siglo 20 podrían decirle al diputado King que por cada “democracia floreciente” hay dos pesadillas en el “mundo en desarrollo” subvencionadas por Estados Unidos.)

Mobutu Sese Seko de Zaire (ahora la Republica Democrática del Congo) con el Ministro de Defensa de Estados Unidos Caspar Weinberger fuera del Pentágono en 1983. Estados Unidos jugó un papel clave en el derrocamiento del gobierno democrático del Primer Ministro Patrice Lumumba y la toma de poder de Mobutu, caudillo de una de las dictaduras más brutales y prolongadas del siglo 20.

 

Pero no se puede esperar que un país que llama al equipo de su capital los “Redskins” entienda la historia. El nombre “Redskins” demuestra la ignorancia sobre los cientos de culturas y naciones indígenas que fueron degradadas o aniquiladas para hacer “grande”a Estados Unidos. El equipo no lleva el nombre de un pueblo específico porque si uno empieza a nombrar pueblos, podría enterarse de las guerras contra cada uno de ellos para dejarlos al margen. Hasta podría aprender de las culturas de unos cuántos pueblos, su poesía, su ciencia, su espiritualidad, y darse cuenta que cada uno era único. Uno podría darse cuenta que es absurdo equiparar a los Apache con los Comanche o a los Maya con los Esquimo.

Si se usa el nombre “Redskins” y se equiparan todos los pueblos indígenas de las Américas, es más fácil esquivar las realidades de la historia, y creer que fueron las epidemias las que apartaron de un manotazo a cientos de naciones indígenas, en vez de la limpieza étnica. También esconde la enormidad de lo que se ha perdido tras los 400 años de conquista estadounidense. La palabra permite a la cultura conquistadora olvidarse de que destruyó a cientos de naciones y culturas únicas, cada una con su propia historia, filosofía, poesía, ciencia, medicina, y cosmovisión.

Un mapa de naciones indígenas antes de las conquistas de Estados Unidos, con sus nombres en sus propios idiomas. De venta por el artista Cherokee aquí.

En Guatemala, la mitad de la población habla un idioma indígena. Aquí los turistas estadounidenses están rodeados por pruebas fehacientes de que el mito de las epidemias es falso, que es una manera de evitar que su sociedad reconozca que su riqueza en el presente y el pasado no se basaba en la superioridad moral, ni un sistema de gobierno superior.

Reconocer las fuentes históricas de la riqueza y el poder de Estados Unidos no es un ejercicio abstracto; es un ejercicio de vital importancia. Crecer en Estados Unidos implica aprender no solo que Estados Unidos es especial por desarrollar la primera democracia moderna, ni por sus valores de justicia o libertad personal, y por expandir estos valores por todo el mundo. Implica también aprender que por todo eso Estados Unidos tiene derecho a ciertos privilegios.

Esta percepción de rectitud es tan importante para los estadounidenses porque la usamos – consciente- o subconscientemente – para justificar la injusticia obvia de la desigualdad mundial.

En realidad, ¿cómo podríamos imaginar que es apropiado que nosotros los estadounidenses, menos del 5% de la población del mundo, controlemos más del 40% de la riqueza privada del mundo, si no tenemos derecho a ella por nuestra virtud?

¿o que Estados Unidos produzca la mitad de la basura sólida del mundo; queme el 25% del petróleo y 23% del carbón usado a nivel global; y sea el causante principal de la crisis global del cambio climático?* (No, no es China. Vea la anotación al pie del artículo.)

En resumen, la creencia de que la riqueza y el poder estadounidense viene de sus valores positivos permite que los estadounidenses nos sintamos cómodos con tanta riqueza y consumo, mientras miles de millones de personas viven en pobreza extrema y el cambio climático sigue su devastación ecológica y social en el mundo.

El reflejo instintivo de la filosofía convencional estadounidense es balbucear algo como “cuando la marea sube, todos los barcos flotan.” El éxito de la economía de Estados Unidos abre camino para el resto del mundo. La riqueza de una nación no implica la pobreza de otras, así no funciona la economía. ¡El crecimiento en cualquier lado, tarde o temprano, beneficia a todos!

Bueno, no quisiera que ninguna nación crezca como creció Estados Unidos. Estados Unidos anima a las antiguas colonias “naciones subdesarrolladas” a avivar sus economías como predica, no como hizo Estados Unidos en primer lugar: conquistando enormes porciones de tierra en campañas de limpieza étnica, para después trabajarlas con manos de obra esclava, sino con la bajada de impuestos o gastos sociales, y la creación de condiciones laborales que favorecen únicamente a corporaciones transnacionales. (Por otro lado, sí predica su práctica de destrozar la naturaleza para sacar ganancias rápidas.)

Esta idea de que los moralmente rectos se hacen ricos y que los mejores llegan a los altos rangos de la sociedad tiene consecuencias en Estados Unidos también. Es por esto que no tenemos un sistema de salud universal. Es por esto que hay gente en arruinada por enfermarse y que 13 millones de niños estadounidenses tienen acceso a la nutrición básica. El partido republicano, incluyendo Donald Trump, busca recortar gastos sociales y la bajada de los impuestos, sobre todo para los más ricos. Reciben tantos millones de votos porque mucha gente cree que los que tienen dinero se lo merecen, y que éstos no deben dar de su dinero para cubrir servicios sociales, ni siquiera los más básicos como salud o nutrición.

Esto se explica en parte por el racismo. A menudo se ven estadounidenses negros, por ejemplo, como beneficiarios accidentales de un sistema al que no contribuyen. Según esta narrativa, son un lastre para Estados Unidos; succionan gastos sociales, causan violencia, y suben la carga tributaria para los que sí contribuyen. Estas ideas son la base de la resistencia a financiar programas sociales.

Don Yelton, un político del estado de North Carolina, hablaba en una entrevista con The Daily Show sobre una nueva ley que determina los documentos que hay que tener para votar. Dijo, “Esta ley va a dar una patada en el culo a los demócratas… y si perjudica a una banda de negros vagos que quieren que el gobierno les de todo, que así sea.”

Esta mentalidad de privilegio y superioridad evita que los estadounidenses comparten entre si, mucho menos con el resto del mundo. Si te cuesta compartir con tus paisanos, imagínate compartir con un migrante de otro color que entró al país sin permiso.

Mucha gente considera también a los migrantes de Guatemala como sanguijuelas del trabajo y la riqueza que se debe reservar únicamente para los estadounidenses. A pesar de que la historia nos enseña, que estos migrantes huyen de una economía mantenida por décadas de violenta intervención estadounidense. Estados Unidos derrocó una democracia progresista en 1954 e instaló una dictadura reaccionaria en Guatemala. Esto llevó al país a un conflicto armado interno de 36 años que mató a más de 200,000 personas, en su mayoría campesinos Mayas no-combatientes asesinados por el ejército apoyado por Estados Unidos. También resultó en la economía de hoy en día, que favorece a los oligarcas y que provoca la violencia y la pobreza que sufre el país.

Pero las consecuencias de la política exterior son a menudo ignoradas en la cultura estadounidense, así como se ignora la desaparición de cientos de naciones indígenas. Son todos víctimas de la capacidad de nuestra cultura de enfrentarse a la fea realidad con mitos reconfortantes.

El conflicto del oleoducto en Standing Rock es una ilustración perfecta de todo esto. Este oleoducto contribuirá al cambio climático. Cambio climático que inevitablemente afectará más a los países “menos desarrollados” que a los países consumistas “desarrollados” que generan el problema.

Pero el gobierno de Trump, con apoyo popular, disparará, gaseará, y arrestará a los manifestantes indígenas y sus aliados hasta que no haya oposición para el oleoducto. (No significa que así vayan a ganar. En solo 24 horas, 8,000 personas se comprometieron a bloquear la construcción del oleoducto Keystone después de su aprobación el lunes.)

“Hacer grande de nuevo Estados Unidos” significa hacer lo que Estados Unidos siempre ha hecho: pelear y oprimir a pueblos indígenas y a cualquier grupo o cosa que se interponga entre Estados Unidos y la riqueza que le pertenece por derecho. A veces pueden ser hechos que se interponen, como el cambio climático.

Este hecho, como los hechos de la historia, son apartados con gusto de un manotazo por los que están seguros de la superioridad moral de su país. También por los que están seguros de que la economía y el estilo de vida del mejor país del mundo no puede ser la causa de las extinciones masivas, inundaciones, escasez de agua, crises de refugiados, y otros catástrofes sucediendo al mismo tiempo por el cambio climático. (¿Porqué nos hubiera hecho creer Jesús que somos sus preferidos si no es cierto?)

Existen también los empresarios  y políticos cultos que sí entienden el papel de Estados Unidos en la crisis del cambio climático y no obstante defienden la construcción del oleoducto, porque aprecian más las ganancias rápidas que todas las consecuencias del cambio climático. Creen que tienen derecho a estas ganancias, como su cultura les permite creer.

Para ellos, el petróleo del oleoducto es simplemente otra bendición concedida debidamente a la recta nación cristiana que enseño la democracia y la justicia al mundo. Las últimas protestas de los Lakota y toda la devastación del cambio climático no lo van a cambiar.

Traducido por Patricia Macías, editora de EntreMundos.

 

* China ha superado a Estados Unidos como el mayor productor de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático. Pero las emisiones por habitante son más de dos veces más altas en Estados Unidos, debido a la cultura de consumismo de este país. Y estos datos atribuyen a China, no a Estados Unidos, las emisiones de las exportaciones de China a Estados Unidos. En otras palabras, los $440 mil millones de bienes fabricados en China y comprados en Estados Unidos cada año se cuentan en las emisiones de China, no de las de Estados Unidos.

El medio de comunicación conservador Forbes explica, “Muchos de estos bienes fueron fabricados por empresas estadounidenses con sede en China. En estos casos, los productos y la mayoría de las ganancias volvieron a Estados Unidos. Pero como el conteo típico de las emisiones incluye solo el dióxido de carbón producido dentro de las fronteras de un país, las emisiones de carbón se quedaron en China.”

Cuando las emisiones de los bienes fabricados en China pero comprados en Estados Unidos son atribuidos a Estados Unidos, las emisiones por habitante suben a casi cuatro veces más altas que las de China.