El mundo no es como lo imaginamos
Por Juan José Hurtado Paz y Paz
«Ojalá viviera en la teoría, porque en teoría todo está bien» Cita atribuida a Quino (Joaquín Salvador Lavado Tejón), en boca de su personaje Mafalda
Vivimos en un mundo injusto, desigual, que excluye a las mayorías de oportunidades y posibilidades, y que niega derechos. Es eso lo que queremos y necesitamos cambiar. En eso estamos empeñados organizaciones locales y de cooperación internacional. Para ello, solemos planificar nuestros proyectos siguiendo un esquema lineal de causa y efecto. Dibujamos árboles de problemas que luego se transforman en árboles de objetivos y luego, árbol de estrategias. Es un método útil, pero muchas veces simplifica en exceso la realidad.
Ojalá el mundo funcionara así de simple. Pero no es así. La vida social es compleja, multicausal, y las relaciones humanas están llenas de matices. La complejidad significa que las cosas no son aisladas unas de otras, sino que diversos factores se entretejen. Los proyectos no se desenvuelven en laboratorios controlados, sino en comunidades vivas donde interactúan múltiples factores: historia, relaciones de poder, economía, cultura, idiosincrasias, el clima, e incluso eventos imprevistos. Cada acción genera reacciones en cadena, a veces invisibles, que se entrelazan con otras dinámicas. Aun con el mejor plan, muchas veces los resultados no son los esperados. Por eso, más que recetas simples, el cambio social requiere comprensión profunda del contexto y flexibilidad para adaptarse a su complejidad.
Sin embargo, todavía encontramos en la cooperación internacional una fuerte tendencia a diseñar proyectos como si el cambio social fuera fácilmente predecible, rápido y barato. Se exige demostrar resultados concretos en plazos cortos, con presupuestos limitados, y bajo la lógica de que todo puede medirse y controlarse.
Como dijo Mafalda: “Mejor me voy a vivir a la teoría, pues en la teoría todo funciona bien”. Pero teoría y práctica van enlazadas en una dialéctica en que, de la práctica hacemos teoría y de la teoría se obtiene una práctica mejorada. Práctica sin teoría es ciega, pero teoría sin práctica se pierde en elucubraciones.
Relaciones desiguales
Cuando una organización local firma un convenio con un donante para ejecutar un proyecto, lo ideal sería que fuera en una relación de colaboración entre iguales. Sin embargo, en la práctica, estas relaciones suelen ser verticales y, simplificando, quien pone el dinero pone las condiciones. Las organizaciones locales necesitamos dinero para trabajar y, con frecuencia, cedemos a esas condiciones; la dependencia de cooperación internacional nos resta autonomía.
Entre las dificultades que encontramos en la cooperación rígida, están:
Una visión reducida que comprende poco los procesos: Como se dice coloquialmente, se cree que es de “soplar y hacer botellas”. Lógicamente todo parece muy bien, sin reconocer la complejidad. Por ejemplo, se piensa que la varita mágica con la que ya no habrá migración irregular es que se desarrolle el emprendedurismo y la empleabilidad. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja, por lo que su abordaje debe ser holístico. No todas las personas son emprendedoras, ni se puede generar empleo en el aire. Deberíamos revisar más la estructura económica del país, pero también, los modelos de desarrollo que se nos imponen y otros factores que influyen.
Más aún, se cree que todo lo que ocurre en un proceso amplio es gracias a un financiamiento puntual de un donante. Por ejemplo, hay donantes que quisieran ver que un dólar que aportan compra un cuaderno que permite que un niño estudie para formarse, sin reconocer que el trabajo se sostiene con la integración de muchos aportes y la contribución de diferentes procesos. Incluso hay donantes que rechazan que se hable de aquello en lo que no se pueda trazar con claridad su aporte.
Resultados y plazos poco realistas: se quieren ver transformaciones profundas en pocos meses y con pocos recursos, cuando los cambios sociales requieren tiempo, confianza, continuidad y los medios necesarios. Más aún, si estamos hablando de cambios sociales profundos, estos requieren de décadas.
Limitado financiamiento para personal y muchas veces sin derechos: de parte de los donantes se demanda que se realicen actividades, pero no existe disposición de pagar al personal necesario para hacerlo, menos aportar a gastos administrativos y, peor aún, sin estabilidad. Por lo general, se demanda que el personal sea contratado como consultorías, por honorarios, dejando sin prestaciones ni seguridad social a quienes realizan el trabajo. Se nos pide replicar las prácticas neoliberales de trabajo a destajo, por productos.
Exceso de trabajo burocrático: también se demanda exceso de cuadros y papeles para la rendición de cuentas, por ejemplo, hasta imágenes de cada factura que respalda el gasto realizado, numeradas y foliadas. Esto hace que se dedique más tiempo a cumplir con los requerimientos burocráticos que al trabajo efectivo en el terreno.
De lo transaccional a lo transformador
Recientemente, directores de organizaciones de 11 países en cuatro continentes que vivimos situaciones similares, publicamos un artículo, en el que hacemos un llamado a “abrazar la complejidad del cambio social” y dejar atrás el modelo transaccional del “yo te financio para que hagas lo que yo pido” para avanzar hacia alianzas transformadoras. Hablamos de la necesidad de una cooperación flexible, basada en confianza y señalamos algunas características de ésta. Decimos que una cooperación transformadora:
Invierte en procesos de mediano y largo plazo, no solo en actividades puntuales. Los proyectos debieran ser de por lo menos de 3 años para lograr cambios y resultados.
Reconoce que el conocimiento y la capacidad para impulsar cambios está en los territorios, en las comunidades y en los liderazgos locales, no solo en las oficinas o los escritorios técnicos. Nuestros pueblos conocen sus contextos, tienen experiencia y saben las soluciones; debemos buscar la complementariedad de ideas desde el territorio con otras formas de ver las cosas.
Se basa en la confianza mutua, la transparencia y el diálogo, entendiendo que el error y el aprendizaje forman parte del proceso. Las dificultades e incluso fracasos no invalidan lo que se hace, sino que permiten aprender.
Ofrece flexibilidad para adaptarse a contextos cambiantes y realidades imprevistas.
Necesitamos cambiar el paradigma de la cooperación
El mundo no es como lo imaginamos. Si fuese así, tendríamos un mundo mejor, pero contrariamente, constatamos que, como humanidad, con el planeta, vamos de mal en peor.
Si realmente queremos cambios profundos (con justicia social, equidad, derechos humanos y sostenibilidad ambiental) necesitamos relaciones de cooperación que reconozcan esa complejidad.
Los procesos comunitarios requieren tiempo, paciencia y continuidad. Una alianza real entre organizaciones locales y donantes no se construye solo con transferencias de dinero, sino con compromiso, respeto y corresponsabilidad.
El reto está en que la cooperación internacional, la filantropía y las organizaciones locales podamos dejar atrás la obsesión por los plazos cortos y los indicadores fáciles, para apostar por lo que realmente transforma vidas.
Porque, al final, como Mafalda nos recuerda con su ironía, la teoría es cómoda… pero la vida (y el cambio social) sucede en el mundo real. Y ahí, las cosas son mucho más complejas, pero también mucho más humanas.
Juan José Hurtado es Director de la Asociación Pop No’j (www.asociacionpopnoj.org) de Guatemala que trabaja con un enfoque de Pueblos Indígenas. Cuenta con una larga experiencia de ONGs de Desarrollo nacionales e internacionales. Tiene estudios en comunicación social y educación.



