Hands & seeds

La Producción Local ante los Retos Actuales

Este es un aporte de: IMAP – Instituto Mesoamericano de Permacultura en Guatemala

En las semanas anteriores, noticieros y redes sociales se han llenado de información preocupante y, muchas veces, desalentadora. Asimismo, se han propagado rumores y noticias falsas, que más que contribuir a la situación actual, generan preguntas sobre qué está pasando en nuestro entorno. Como IMAP, buscamos que una de las fuentes principales de inspiración e información para la creación de soluciones sea la Naturaleza.

Cuando vamos a una parcela y observamos plantas enfermas o dependientes a pesticidas y fungicidas es porque su ambiente está desequilibrado y ha perdido la capacidad de autorregularse. Esto sucede ya que hemos fomentado la contaminación, el monocultivo, el uso de químicos y la reducción de seres vivos que ayudan a que la Naturaleza esté en equilibrio.

A las personas nos pasa lo mismo; si permitimos que se creen las condiciones adecuadas para que algún virus o bacteria se desarrolle, es probable que nos enfermemos. Por ello es importante crear formas de organización social que garanticen la salud integral de todas las personas y el medio ambiente. Una parte fundamental de dicho proceso es la producción de alimentos que favorezcan nuestra salud física y, al mismo tiempo, la de la Naturaleza.

La conciencia que tomamos sobre la importancia de consumir alimentos saludables va en aumento, tal como lo muestra el auge de los productos orgánicos. A primera vista esto nos puede resultar alentador, sin embargo, la forma en que son producidos y comercializados dichos productos también tiene que ser analizada.

Si bien el uso de insumos agrícolas libres de tóxicos es un gran aporte para la salud de la Naturaleza, es necesario recordar que el monocultivo también erosiona la biodiversidad. Asimismo, la dependencia de productos del agroservicio (sin importar que sean orgánicos) y la necesidad de pagar por pruebas y certificaciones orgánicas, afecta la economía de productoras y productores a pequeña escala. Esto bajo el supuesto que se tenga un lugar dónde sembrar, ya que la mayoría de tierra cultivable ha sido despojada por el hambre de dinero que devora a Mesoamérica con monocultivos para la exportación y el abastecimiento de monopolios económicos.

Aun cuando una cooperativa logra cumplir los requerimientos para vender sus cosechas o productos con valor agregado, los costos de certificaciones, cumplimiento de lineamientos legales y sanitarios, transporte, administración y demás son trasladados al precio de venta, creando una limitación al acceso a dichos alimentos.

Debido a la violentada economía de las mayorías mesoamericanas, en especial los pueblos indígenas y comunidades campesinas, estos productos orgánicos de primera calidad terminan en manos de empresas de la industria alimenticia (recordemos que grandes industrias también son dueñas o distribuidoras de marcas orgánicas) para luego ser vendidos a quienes puedan pagarlos, ya sea dentro de Mesoamérica o, en muchos de los casos, en el Norte Global.

La forma en que está regulada la producción y comercialización agrícola y alimenticia responde a leyes aprobadas desde el congreso; lo que consideramos adecuado respecto al uso de la tierra y la agricultura está influenciada por facultades universitarias; nuestros hábitos de consumo están condicionados por el contenido de los medios de comunicación.

Toda esta cadena de instituciones fomenta a que la agricultura esté enfocada en la generación de dinero y no de comida y que la mayoría de la población consuma alimentos importados y/o industriales debido a su bajo precio, aunque esto genere grandes implicaciones en la destrucción de nuestro planeta y nuestra salud.

Fotografía cortesía de IMAP.

El reciente llamado de atención nos muestra que una vez los supermercados se encuentren vacíos y los medios de transporte estén paralizados, nuestra alimentación corre grave peligro, y aunque haya dinero, éste no se puede comer. La buena noticia es que tanto leyes, planes educativos y hábitos de consumo son producto de la acción humana, por lo tanto, son modificables.

Si nos tomamos el tiempo para observar la Naturaleza, recordar las enseñanzas de nuestras abuelas y abuelos y pensar en usos éticos para los avances científicos, seguro podremos dirigir nuestras sociedades hacia un mejor horizonte. Ello teniendo presente que una comunidad colaborativa, organizada y que cultiva sus propios alimentos, es una comunidad que puede resistir cualquier dificultad.

En Mesoamérica tenemos la suerte de encontrar muchas plantas que crecen fácilmente y son muy nutritivas, lo que ayuda a conservar la salud del ambiente y de nuestro cuerpo. Los pueblos indígenas y campesinos mesoamericanos han salido adelante gracias a sus técnicas de cultivo, por ejemplo, la milpa (donde se siembran juntos el maíz, el frijol y el ayote) y además de otras plantas como el amaranto, el chan, el camote, el chipilín, la chaya, la hierbamora, el colix, los chiles y muchas más.

El café se combina con especies como el cuxín, el banano, el aguacate y árboles frutales nativos. Además de plantas con fines alimenticios, en las parcelas se incluyen especies con usos como forraje, construcción, leña, así como plantas medicinales como el orozuz, la ruda, el apazote y un sinfín más.

Estos conocimientos son aplicados en cualquier lugar, por pequeño que sea. Para ello es importante reconocer el valor de la diversidad nativa y criolla y del uso eficiente del espacio y demás recursos disponibles localmente. Las siembras diversificadas aseguran una alimentación nutritiva, lo cual puede generar ingresos económicos mediante la venta de los excedentes o un ahorro gracias a lo cosechado en nuestros pequeños huertos, contribuyendo así a la construcción de soberanías alimentarias en cada comunidad.

Claro está que dichas soberanías requieren que todas las generaciones nos reconectemos con la Naturaleza, devolviéndole el lugar central que posee en nuestras vidas. Como humanos, hemos aceptado el egoísmo y consumo desmedido como parte de nuestra realidad, incluso llegando a olvidar que la producción de alimentos es herencia de nuestros abuelos y abuelas. ¿Qué les estamos dejando a las próximas generaciones?

Este es un momento para que reflexionemos y busquemos soluciones que nos redirijan a la sostenibilidad. La permacultura y los conocimientos ancestrales nos pueden ayudar a tener una nutrición saludable y natural y no depender de alimentos industriales, de la venta o exportación de nuestros cultivos, ni de los agroquímicos y semillas híbridas o transgénicas.

Asimismo, es importante que tengamos presente que la forma en que están construidas nuestras sociedades puede cambiar. Para ello es necesario que participemos en la formulación y aprobación de las leyes que nos regulan; que veamos con ojos críticos cualquier información que nos quieran imponer como verdad; y, sobre todo, que aprovechemos los recursos que la naturaleza nos brinda.

Ante esto, se hace obvia la necesidad de garantizar que pequeñas productoras y productores tengan acceso a tierras agrícolas, no sólo para producir el alimento de sus familias, sino para asegurar la nutrición de sus comunidades. Mientras la agricultura familiar, indígena, campesina y local esté fuerte, todos y todas tendremos nuestra alimentación garantizada.

Produzcamos alimentos sin recurrir a agrotóxicos; compremos en los mercados locales; consumamos alimentos nativos y criollos; inventemos certificaciones basadas en la confianza y el respeto entre productores y consumidores, promovamos leyes que mejoren la calidad de vida de las mayorías empobrecidas; procuremos que las cosechas y los productos recorran la menor distancia posible; retomemos conocimientos ancestrales que nos ayuden a alcanzar el Buen Vivir; y de esta forma, podremos construir sociedades saludables y soberanas.

Foto de portada cortesía de IMAP.