Pared de Caras Alegres

Las Caras Alegres de Las Rosas

Foto por Nicole Tse. El logo de Caras Alegres pintado en la sede de la organización.

Por Nicole Tse

Un grupo de más o menos doce niños con entre seis y trece años parlotean y se burlan entre sí en el aire polvoriento de la tarde. Detrás de ellos, las paredes manchadas y las puertas imponentes de metal se hacen más alegres por las imágenes pintadas de un sol anaranjado y unos consejos para tener una familia sana. Christina, una voluntaria de 29 años de Filadelfia, pide que los niños formen un círculo (“¡Grande! ¡Un círculo grande!”). El ejercicio es muy sencillo: decidir cuál emoción es representada por la canción que está sonando, y representarla a través de los movimientos del cuerpo. Algunos niños se muestran reticentes a bailar, pero la mayoría está riéndose y agitando las extremidades con entusiasmo.

Foto por Nicole Tse. Christina prepara la música para un ejercicio de movimiento.

Foto por Nicole Tse. Christina prepara la música para un ejercicio de movimiento.

Esta actividad ocurre justo fuera de las puertas de Caras Alegres, una organización sin fines de lucro ubicada en el barrio de Las Rosas de Quetzaltenango. Caras Alegres tiene como objetivo mejorar el bienestar y cambiar las vidas de los que viven en la pobreza, especialmente de las mujeres y los niños, en Las Rosas. Sus dos programas principales son el proyecto Camino a la Independencia, que da fuerzas a las mujeres a través de la capacitación para que puedan mantener a sus familias y a si mismas, y Caras Tardes, un programa gratuito al que los niños pequeños del barrio asisten después de clase.

La organización fue fundada hace doce años por un par de holandeses. Empezó como una guardería en una casa alquilada y desde entonces ha cambiado en cuanto al tamaño y la ubicación. El sitio actual de Caras Alegres está al lado de EDELAC (Escuela de la Calle), una ONG educativa que también se enfoca en mejorar las vidas de los niños de Las Rosas. Durante los años después de la creación de Caras Alegres, el número de programas activos creció hasta incluir el programa para las mujeres, así como las clases matutinas para los niños y el programa después de clase. La mayoría del personal que facilitaba estos programas se había beneficiado de los recursos de Caras Alegres y por eso era parte de la comunidad. Sin embargo, debido a una pérdida reciente de financiamiento, a la organización se le exigió que recortara el personal. Solo los programas Camino a la Independencia y Caras Tardes están activos en este momento.

Foto por Nicole Tse. Dentro de la sede de Caras Alegres.

Foto por Nicole Tse. Dentro de la sede de Caras Alegres.

Aun así, el personal de Caras Alegres—que actualmente consiste en dos personas a tiempo completo—es optimista. Allan, el director, está lleno de planes para el futuro. Espera renovar parte del edificio para reiniciar la guardería (las camas para los niños están en el segundo piso, explica, y el techo de metal se vuelve demasiado caliente para que puedan dormir ahí) y añadir una sala de computación. Programas nuevos se están desarrollando, como por ejemplo un proyecto de mochilas escolares para dar a los estudiantes jóvenes los materiales escolares que necesitan, y becas para los niños más grandes. Y por supuesto piensa en volver a contratar al personal al que tuvo que despedir. Mientras tanto, junto con Irma, la coordinadora de voluntarios, Allan se las arregla con la ayuda de voluntarios extranjeros.

El proyecto de música-y-movimiento de Christina está integrado con el programa de Caras Tardes. Su meta es madurar la resiliencia natural de los niños de Las Rosas y fortalecerla a través de enseñarles a expresar sus sentimientos moviendo sus cuerpos con la música. El efecto terapéutico de estas sesiones los ayudará a analizar sus emociones y superar de manera más eficaz las cosas que les ocurren en la vida. Allan explica que muchos de estos niños, especialmente los que viven con sus madres trabajadoras, porque sus padres están en la cárcel cercana, crecen con mucha distancia emocional. El proyecto de Christina, dice él, ofrece un “desahogo para los niños” porque es un método para que se expresen.

Foto por Nicole Tse. Christina y unos de los niños bailan durante el tiempo libre.

Foto por Nicole Tse. Christina y unos de los niños bailan durante el tiempo libre.

El proyecto todavía está en la etapa inicial. Christina se inspira en los programas de musicoterapia y arteterapia de los Estados Unidos mientras desarrolla el currículo, y ha contratado a una estudiante universitaria guatemalteca que va a trabajar con ella como colega. Christina espera que la nueva profesora, quien estudia psicología, traerá conocimiento profesional y cultural al proyecto. Más adelante, Christina sueña con expandir su programa hasta llegar a los demás países del “triángulo norteño” (Honduras y El Salvador), así como a las comunidades de jóvenes en los Estados Unidos que inmigraron de esos países. Sin embargo, de momento está entusiasmada con enfocar en los niños de Las Rosas con el apoyo de Caras Alegres.

Cuando se le pregunta cuál es la parte mejor, en su opinión, de trabajar en Caras Alegres, Allan se detiene pensativamente y contesta, “Ver las sonrisas de los niños cuando están acá.” A juzgar por sus interacciones con los niños, es obvio que Irma y Christina piensan lo mismo.

 

Caras Alegres recibe voluntarios, donativos o ayuda en la recaudación de fondos. Para más información visite: carasalegres.org o póngase en contacto directo con la organización a través del teléfono ((00502) 7926 8628) o el correo electrónico (info@carasalegres.org).

Para apoyar el proyecto de Christina, visite: www.gofundme.com/sonidodelmovimient