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Catalina Guzmán: una partera de la selva de Chiapas, México.

Por: Amalia Pérez Hernández 

Catalina es partera desde los 15 años y ha ayudado a cientos de mujeres en el nacimiento de sus hijos. Ella es originaria de la comunidad de Samaria, del municipio de Ocosingo, Chiapas. Nació el 16 de septiembre de 1951. Para Catalina, la labor de la partería significa aportar y hacer algo para mejorar la vida de otras personas. 

Creció acompañada de su abuela, la cual era partera dentro y fuera de la comunidad.  Ella le transmitió cada uno de sus conocimientos. “Crecí con mi abuela, porque mis padres se mudaron a otra comunidad para buscar donde asentarse y tener tierras para cultivar”, recuerda. Su infancia y adolescencia fueron felices, ya que vivió rodeada de la naturaleza y vida comunitaria. Parte de esa felicidad se debe a que su abuela le inculcó el espíritu y el interés de ser partera, para servir y defender la vida de las mujeres de las comunidades.

Catalina no fue a la escuela; sin embargo, la educación que recibió fue la de su familia, la cual se regía por costumbres y tradiciones fundamentadas en los valores que hasta hoy en día son un ejemplo para la comunidad.

Sus inicios en la partería 

A los catorce años, Catalina se casó. En aquel tiempo, las mujeres no vivían una pubertad o adolescencia larga ya que se consideraba importante aprender las labores de la casa, para luego formar una nueva familia. Uno de los momentos que marcó su vida, es el fallecimiento de su abuela. “Fue la experiencia que me motivó a ejercer toda la experiencia que mi abuela me había enseñado”, comenta. 

Su trabajo como partera, empezó a partir de una experiencia vivida. A sus quince años ella tuvo su primer parto, sola, porque no había alguien que la apoyara. “Yo tuve a mi hijo totalmente sola, mi vecina llegó cuando ya tenía a mi hijo en mis brazos”, dice. 

Catalina asumió desde muy joven la responsabilidad de ser madre y  esposa, con los hijos y con la comunidad. Cuando empezó su trabajo como partera, se fue ganando el respeto y la admiración, no solo en su comunidad, si no fuera de ella. Para Catalina,  al atender un parto se forma un lazo con la familia para toda la vida, siempre hay un detalle de agradecimiento, no en dinero si no en especie y de las cosechas que tienen.

“Ya he visto nacer varias generaciones. He recibido en mis manos a tantos nietos y nietas, mismas manos que reciben con ternura el primer gesto de amor y bienvenida a este mundo”.

Las luchas desde su labor 

En sus primeros años de trabajo, caminó y acompañó a las mujeres, y detectó la situación dolorosa a la que se enfrentan al momento de concebir. Parte de la situación se refleja en las numerosas muertes de mujeres y la muerte neonatal de niños, niñas y la pobreza de las comunidades. 

Además de demostrar la realidad en que viven las mujeres en las comunidades Indígenas, Catalina cuestionó la mentalidad y prácticas machistas que se observan en la cultura conservadora de estas comunidades. Fue así, como en el año 2000 impulsó un trabajo de acompañamiento y capacitación a las mujeres de su área, con el que logró impulsar los cuidados de animales de traspatio, cultivos orgánicos para una alimentación balanceada y planificación durante el período de embarazo. 

“Me atendió en la casa y ella realmente ayuda a las mujeres”

María Morales Cruz, es una mujer Tseltal, de la comunidad de Ojo de Agua. Tiene cuatro hijos que ha recibido con la atención de doña Catalina. Ella nos comparte: “Agradezco mucho a doña Catalina porque me atendió en su casa y ella realmente ayuda a las mujeres, no lo hace por ganar dinero si no por ayudar”, recalca. 

Para María salir a un hospital resulta muy costoso, se sufre de malas atenciones y existe el riesgo de ser sometidas a una cesárea o cirugías de planificación definitiva sin su autorización, generando problemas con sus parejas. Agradece la experiencia y el trabajo de doña Catalina porque le ayudó a cuidar su embarazo, sus hijos, y a decidir cuántos hijos tener.

Los retos en su trabajo como partera

No todo ha sido fácil para doña Catalina, en su camino también se ha enfrentado con algunos retos como la dificultad de la lengua y el trabajo con los hombres. El idioma ha sido una barrera para socializar, en varios momentos, ha sido víctima de discriminación por no saber cómo comunicarse con las personas que han recibido otros niveles de formación.

Otro de los problemas que ha tenido Catalina es el trabajo con hombres, pero su labor y su palabra han generado confianza en las comunidades y ha sido un puente para que otras mujeres se sumen a los procesos de organización. Además de ser partera, desarrolla cultivos orgánicos, siembras y cultivos variados, cuidado de animales, elaboración de hortalizas y producción de medicina natural.

Ser partera es un trabajo que ya no es tan valorado hoy en día, pero detrás de esta labor hay toda una práctica ancestral muy antigua, por lo que las parteras son mujeres rodeadas de amor y respeto comunitario. La comunidad agradece la labor de doña Catalina y como gesto, las familias le llevan frutos de sus cosechas, como maíz, frijol, además de animales, entre otros. A sus 69 años, Catalina ha mostrado ser un ejemplo de lucha constante. Es una mujer muy querida y respetada por todos y todas, y es conocida como “la madre y la abuela de todos”. Catalina está satisfecha con su trabajo y su familia. Su mayor sueño, es dejar su legado a otras mujeres para que continúen el trabajo de la partería tradicional.