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Lo que dejó la fiebre de la amapola en San Marcos

POR MARÍA JOSÉ LONGO

En Ixchiguán, Tajumulco y Sibinal, a la palabra «amapola» le sigue el silencio. La mayoría de las personas se muestran inseguras o incómodas al hablar de esta planta, que, detrás de unos pétalos coloridos y la imagen bucólica de campos teñidos de rojo; para la zona occidental de Guatemala implica un vínculo directo con el narcotráfico.

El hermetismo es parte de las secuelas que dejó la ola de este producto. Es parte del código de las comunidades para protegerse del estigma y de la sanción que implica sembrar un producto que en Guatemala es ilícito. Pero hay personas dispuestas a contar su historia.

Ocote logró conversar con 16 personas que la sembraron o que observaron su auge, además de investigadores sociales y analistas que se han aproximado al territorio y fueron testigos de lo que pasó. Revisó documentos gubernamentales, investigaciones y datos obtenidos a través de solicitudes de acceso a información pública. También visitó los territorios.

De Colombia a Guatemala. La llegada de la amapola

La historia la cuentan los pobladores. En la década entre 1980 y 1990 llegaron a Tajumulco dos colombianos con la semilla de la amapola. Se instalaron en terrenos ubicados en las montañas y las sembraron. «Pegó», dicen. Entonces, empezaron a producirla y a recibir la visita de los compradores, unas personas de las que se cuenta poco. Los pobladores no dicen sus nombres y tampoco detallan el destino final del producto.

La amapola es una planta de cuyo fruto se extrae un jugo blanco: el opio. Este se utiliza para hacer productos medicinales, como la morfina. Pero también productos ilegales, como la heroína. Por la segunda razón, está prohibida en países como Guatemala, mientras su cultivo es legal en al menos 15 países como España, Australia y Turquía.
Tajumulco tiene un clima diverso. Una de sus zonas es soleada, húmeda y calurosa. Pero en otra área del municipio, conocida como el altiplano, el frío es intenso y el sol escasea por la neblina casi permanente. La mayor parte del año, los días son grises y nublados. En esta región fría inició la historia de la amapola.

En esa época, en Tajumulco las personas vivían de la siembra de papa y del pastoreo de ovejas. Salir de su comunidad para vender los productos era complicado. El camino de terracería estaba en malas condiciones, los vehículos eran escasos y transportar la mercadería era costoso. Debían ir al mercado de la cabecera departamental, a 33 kilómetros, para lograr exiguas ganancias.

Vieron que los colombianos que habían llegado al pueblo no sufrían como ellos. Los compradores de amapola llegaban en sus vehículos, directo a sus territorios a pagar y recoger el producto. Pronto se corrió la voz que el pago era mejor.

Un grupo de agricultores de Tajumulco pidió a los colombianos que les permitieran sembrar lo mismo. Que les enseñaran. Y los colombianos accedieron. Les compartieron conocimiento, semillas y el contacto con los compradores. Así, fue como la sierra de Tajumulco se llenó de amapola.

Cuando la amapola llegó a Guatemala, no hubo problema con el Estado, a pesar de que su siembra estuviera prohibida. Eran los años más crudos de la guerra interna y las autoridades no iban a ponerles especial atención a ellos, unas agricultoras en la montaña de la frontera con México.

Quienes cuentan la historia no recuerdan o no saben qué pasó después con los colombianos, pero confirman que la popularidad del producto aumentó. La amapola salió de las montañas y se empezó a reproducir en los campos de la cabecera municipal. La fiebre se contagió a los territorios vecinos. Llegó a Ixchiguán, después a Sibinal. Incluso, la siembra abarcó los terrenos que estaban a la orilla de la carretera. El paisaje en la región se vislumbraba rojo.
Más recientemente, en San Marcos, la siembra se popularizó en otros municipios como Tacaná, Tejutla y Concepción Tutuapa.

El idilio con la amapola llegó a lo más alto en la década del 2000

Para febrero de 2018, Guatemala, junto con México y Colombia, eran los tres países productores de cultivos de opio en América Latina. Así lo registró el informe Amapola, opio y heroína, la producción de Colombia y México, elaborado por el Transnational Institute (TNI).

Pero la Policía y el Ejército no tardaron en llegar a las comunidades para arrancar las matas. En los últimos ocho años, San Marcos es el departamento con más erradicación de amapola en Guatemala.

Ocote solicitó la información sobre la erradicación de amapola en la última década, detallada por municipios. El Ministerio de Gobernación respondió que el Centro de Información Conjunta Antidrogas de Guatemala no cuenta con los registros previos a 2015, solo del 2016 al 2023. Tampoco tiene el desglose por municipios. «En el centro antes descrito no obran registros», fue la respuesta. No informaron la razón.

Con los datos proporcionados por información pública se halló que, de enero de 2016 a marzo de 2023, el Ministerio de Gobernación, el Ministerio de la Defensa, el Ministerio Público y la Sección de Asuntos Antinarcóticos y Aplicación de la Ley.

de la Embajada de Estados unidos de Norteamérica (SAA-INL) erradicaron 505,308,083 matas de amapola en San Marcos. El Gobierno de Guatemala le da un valor total de Q12,647,701,990.74 (US$1,579,508,263.00). Cada mata a Q25 (US$3.12).

Cuando se hicieron las consultas, a finales de 2023, el Ministerio de Gobernación no respondió a preguntas sobre cómo llegaron a esos montos y sobre el proceso de erradicación de amapola: «No es posible proporcionar la información toda vez que es considerada confidencial», respondieron.

Para los agricultores, las cifras del gobierno son exageradas. Cuentan que sí, la amapola les dio la oportunidad de comer. Pudieron dejar de restringir los alimentos, a tener un plato de comida los tres tiempos: desayuno, almuerzo y cena. Cambiaron las casas de adobe y teja, por casas de block con techos de terraza o pusieron láminas nuevas. Compraron tierras, vehículos, celulares. Y sí, también compraron armas. Pero aseguran que la amapola no les dejó dinero para toda la vida. A lo mucho, aclaran, hubo un ahorro que invirtieron en migrar cuando la producción bajó.
Según la información pública, 2017 fue el año que más matas se erradicaron en San Marcos. Los datos del gobierno coinciden con la historia de los agricultores y pobladores, que cuentan que la erradicación de ese año fue un golpe duro.

Pero esta no fue la causa principal de la caída de la amapola. El golpe terminal fue la bajada del precio y la ausencia de compradores. En 2019, la caída del opio también se dio en otros países productores, como México.

La caída del precio

Agricultores de Sibinal recuerdan que la amapola se popularizó en este territorio en 2012. En este municipio dejaron de sembrar en 2018. Coinciden en la causa: el precio bajó. Cada onza de savia pasó de comprarse a Q200 y empezaron a tener suerte si alguien se la llevaba a Q25. Además, los compradores dejaron de llegar, y los vecinos no tenían a quién vender.
Uno de los hechos que afectó la compra de amapola en San Marcos fue la captura del agricultor Cornelio Esteban Chilel, conocido como «El Rey de la amapola». Ocurrió en mayo de 2015.

En ese año, InSight Crime publicó que Chilel controlaba el cultivo de amapola en Tajumulco, Ixchiguán y Sibinal. Además, tenía vínculos con los carteles mexicanos y con Otto Herrera, quien llegó a ser considerado uno de los narcotraficantes más buscados del mundo. Los pobladores de estos territorios recuerdan a Chilel como un agricultor que llegó a tener una posición económica holgada.

En Tajumulco, hablamos con uno de los vecinos que dejó de sembrar amapola en el 2016, cuando el precio empezó a bajar. Prefiere que su nombre no sea publicado, por seguridad.

Buscó otro empleo, pero no consiguió. Pidió dinero prestado y con los Q130 mil que juntó, pagó un guía (coyote) y migró de forma irregular a Estados Unidos. Cuando no aguantó más estar lejos de su tierra y de su familia, regresó. Ahora tiene un negocio. «La mayoría de los agricultores que dejaron de sembrar amapola se fueron para Estados Unidos o juntaron el dinero y mandaron a sus hijos. La siembra ayudó mucho a los pobres, por eso los campesinos se tiraban a eso, les dejaba dinero», explica.

Confirma que en Tajumulco el precio de la amapola bajó mucho y dejó de haber compradores. Disminuyó la demanda, la siembra se centró en pocas personas con poder y contactos con los compradores. Los pequeños agricultores tuvieron que dejar la siembra.

«Es como tener el depósito de una tienda. Ellos tienen como manejarlo, tienen conectes más elevados. Ellos ya saben el rollo. Sigue habiendo un comercio de amapola en el área, me imagino que sí, pero es menos que antes», concluye.
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La serie “Lo que dejó la fiebre de la amapola”, de la que es parte este reportaje, fue producida por Ocote gracias a la beca del Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas (cuarta edición), de la Fundación Gabo en alianza con la Open Society Foundations (OSF). Y contó con el acompañamiento y mentoría del periodista Guillermo Garat.

La serie “Lo que dejó la fiebre de la amapola”, de la que es parte este reportaje, fue producida por Ocote gracias a la beca del Fondo para Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas (cuarta edición), de la Fundación Gabo en alianza con la Open Society Foundations (OSF). Y contó con el acompañamiento y mentoría del periodista Guillermo Garat.