FILE PHOTO: A Picture and its Story: Central American migrants trek north to seek a better life

Huracanes y cambio climático: ¿Desastres esperando a suceder?

Fabio Cresto Aleína

Las heridas abiertas por los huracanes Eta y Iota aún se sienten fuertemente en Guatemala y en toda Centroamérica. Este año se presentó una temporada de huracanes que rompió records, 30 tormentas en el Atlántico han sido nombradas, lo que significa que 30 ciclones tropicales se intensificaron al punto de que sus vientos superaran la velocidad de los 63 kilómetros por hora. La devastación en Guatemala es terrible. La aldea Quejá en Alta Verapaz, por ejemplo, ha sido catastróficamente afectada por la furia de Eta, ya que lluvias violentas provocaron deslizamientos de tierra que enterraron casas y gente. Y después de Eta vino Iota, y dos huracanes que llegaron en una sucesión rápida, lo cual fue una tragedia que golpeó aún más fuerte debido a las inundaciones masivas causadas por la saturación del suelo, lo que afectó a la población que ya tenía problemas para sobrevivir.

La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) identificó a los huracanes y tormentas tropicales como los desastres naturales más dañinos en Centroamérica. El Banco Mundial realizó dos importantes estudios en la región en los últimos años y descubrió que los huracanes son responsables de una disminución en el crecimiento del producto interno bruto (PIB) total per cápita de entre 0,9% y 1,6%, y que también son responsables de un crecimiento medio del 1,5% de la pobreza. En general, los estudios del Banco Mundial mostraron que los impactos de los huracanes se sienten con mayor intensidad en el primer año después del desastre, e instaron a una respuesta rápida para una reconstrucción y recuperación más sostenible.

Gente caminando en un área afectada por un deslizamiento de tierra después del pasó de tormenta Eta, en Purulha, Baja Verapaz, Guatemala. REUTERS/Luis Echeverria

Entonces, ¿es el cambio climático el culpable de todo esto? La respuesta no es del todo sencilla, y los científicos del clima tardaron años en encontrarla. Los huracanes, como otras tormentas, son fenómenos meteorológicos y, por lo tanto, no son un signo de cambio climático per se. Sin embargo, los científicos del clima advierten que un mundo que se calienta, y en particular, una temperatura de la superficie del mar que se calienta, conducirá a un aumento en la intensidad de los ciclones. Un estudio reciente de James Kossin y sus colegas que apareció en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS) en mayo de 2020, destacó que la intensidad máxima de los ciclones tropicales en promedio ha aumentado en los últimos 30 años. El mecanismo que conduce a la formación de huracanes, que implica la evaporación del agua caliente de mar, ha sido bastante conocida durante décadas. Ya en 1987, un estudio seminal de Kerry Emanuel mostró con un modelo teórico que la intensidad de los ciclones tropicales (es decir, la velocidad del viento y por tanto su potencial destructivo) aumentaría con un aumento de temperatura debido a mayores concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Sin embargo, ha sido muy difícil verificar de manera sólida estos hallazgos teóricos, ya que los vientos en huracanes y otras tormentas tropicales no se miden fácilmente. En el nuevo estudio de PNAS, Kossin y sus colegas superaron esta dificultad técnica al analizar un extenso conjunto de datos satelitales. Lamentablemente, sus resultados confirmaron la teoría elaborada por Emanuel hace más de 30 años. En realidad, los huracanes son cada vez más fuertes y provocan aún más lluvias, y esto es, de hecho, una consecuencia del cambio climático. Un aumento en la intensidad de las tormentas no significa un aumento en la frecuencia de los huracanes que azotan a Centroamérica, pero sí significa un aumento de la frecuencia de las tormentas más intensas y, en particular, las que provocan el mayor número de daños y destrucción. Además, también se prevé que aumenten las marejadas ciclónicas (inundaciones costeras causadas por tormentas tropicales, también llamadas mareas de tormenta), que se encuentran entre las consecuencias más dañinas de los huracanes en las costas, debido a la combinación del aumento de la intensidad del viento junto al aumento del nivel del mar. La combinación resultante de huracanes más violentos y marejadas más altas provocará un rápido aumento de los riesgos asociados al clima para millones de personas en Centroamérica, especialmente a lo largo de las costas del Atlántico.

La tendencia creciente en el daño causado por tales eventos extremos, a su vez, tiene profundas consecuencias sociales. Se considera que eventos extremos y catastróficos afectarán a las partes más vulnerables de la sociedad, particularmente este año debido a la inestabilidad económica causada por la pandemia del COVID-19. Además, como la pandemia está lejos de terminar, las actividades relacionadas con el socorro en casos de desastre y la reconstrucción (si bien son necesarias), pueden conducir a una mayor propagación del virus en las comunidades afectadas. Recientemente, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) declaró que planea incrementar las actividades de apoyo en Nicaragua, Honduras y Guatemala por las consecuencias de los huracanes. Los funcionarios de la OIM, analizando la dramática situación, consideraron que se necesitarán varios años para que la reconstrucción y recuperación se lleve a cabo de manera sostenible. Eta e Iota cambiaron la vida de millones de personas, y las consecuencias a largo plazo del desastre se sentirán fuertemente en los años venideros, incluso fuera de los países afectados, ya que cientos de miles de personas lo perdieron todo. En Guatemala, la OIM informa que más de 17.000 personas se encuentran alojadas en albergues de emergencia, preparados antes de que los huracanes sucedieran, y junto a las autoridades de Puerto Barrios, la OIM lideró la implementación del Sistema Integrado de Registro de Refugios (SIRA), destinado a recabar información sobre la población afectada por las tormentas, especialmente en Izabal. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de las autoridades locales, de muchas ONG’s y de personas particulares que trabajan en la región, la preparación y la respuesta a esta crisis han sido insuficientes hasta el momento, y nuevos datos de la ONU muestran que más de 400,000 personas siguen esperando ayuda humanitaria en Honduras y Guatemala.

También se necesitan urgentemente intervenciones internacionales y gubernamentales en las regiones afectadas para evitar migraciones masivas de personas que perdieron todo a raíz de las tormentas. La OIM aboga por inversiones a largo plazo, que puedan tener en cuenta los desarrollos sostenibles en los departamentos afectados. Estas inversiones no solo ayudarán a la población afectada a recuperarse y reconstruir las infraestructuras destruidas, sino que idealmente los capacitará para enfrentar los futuros inevitables desastres naturales. Y es exactamente esta perspectiva a largo plazo y este plan sostenible con visión de futuro lo que tiene en cuenta futuras amenazas que deberían ser el foco de cualquier programa de socorro, después de la entrega de los primeros auxilios. Ahora sabemos que el cambio climático hará que los huracanes sean aún más peligrosos, y lo que necesitamos son mejores estrategias de adaptación que se implementen en todos los niveles, desde la comunidad internacional hasta los gobiernos nacionales y la sociedad civil.

Foto de portada: REUTERS/Leah Millis/File Photo